Daron Acemoglu: “La política es el arma más efectiva contra la pobreza”

Por Elena Ayuso

¿Por qué unos países son ricos y otros pobres? Esta pregunta es la que tratan de responder dos expertos economistas, James A. Robinson (profesor en Harvard) y Daron Acemoglu (catedrático en el Instituto Tecnológico de Massachusetts), en su última obra ‘Why Nations Fail’ (‘Por qué fracasan las naciones’). Para ello analizan ejemplos de países que, siendo vecinos, son completamente dispares en términos económicos: las dos Coreas, México y EE.UU., Haití y la República Dominicana… Ejemplos de naciones limítrofes donde se constata que mientras una es rica, la vecina es pobre.

Los autores sostienen que lo realmente importante es la política, no la economía, la cultura o la geografía, aunque en ocasiones son ciertos factores económicos los que provocan los resultados políticos. Y estudian la historia pasada (desde la colonización del continente americano a la Revolución Gloriosa de la Inglaterra de 1688) para comprender que la diferencia está en la política: en cómo las sociedades se han constituido alrededor de unas normas elaboradas por cada una de ellas, en cómo mientras en los países pobres se mantienen las élites que acaparan la riquezas de las tierras, otras sociedades acabaron con ellas dando lugar a sociedades donde la gran mayoría de la población puede beneficiarse de las oportunidades económicas.

Así, los dos expertos distinguen entre instituciones políticas extractoras, que extraen los recursos del resto de la sociedad, que conducen a economías que benefician a élites y no pueden crear prosperidad general; y las instituciones políticas inclusivas, que generan regímenes económicos con oportunidades para todos, donde toda la población puede desarrollar sus talentos, y que conducen a la riqueza.

Daron Acemoglu, que acaba de visitar España como conferenciante, declara que “las instituciones económicas, que nosotros denominamos ‘inclusivas’, ofrecen incentivos para la inversión y la innovación y permiten que la población pueda desplegar su talento. Estas instituciones económicas generan prosperidad. Sin embargo, otras sociedades se rigen por instituciones ‘extractoras’, que crean derechos de propiedad inseguros, no permiten contratos y bloquean la innovación y la tecnología. Estas instituciones económicas extractoras son apoyadas y preservadas por las instituciones políticas que concentran el poder en manos de la élite”.

Pensemos en un pobre agricultor de Haití o del Congo, o incluso de la Europa medieval. Podría regar su tierra y cultivarla obteniendo un gran beneficio de ella. Pero sabe que las instituciones del lugar garantizan que la élite acaparará dicho beneficio. Así que el agricultor no tiene incentivo para invertir en la tierra, en otro negocio o en acumular ahorros. El resultado es una tierra subdesarrollada y una nación pobre. En realidad, son las élites ricas y los políticamente poderosos los mayores obstáculos para el crecimiento económico a largo plazo, y por ello algunas naciones fracasan y otras se desarrollan.

Es cierto que existen casos de países que han crecido económicamente durante mucho tiempo basándose en la extracción. Y es que las políticas de extracción pueden generar riqueza durante años. Es el caso del Imperio Romano o de la China de las tres últimas décadas. Pero normalmente los regímenes extractores terminan porque o bien cambia el sistema político o las instituciones económicas dan marcha atrás.

En ‘Why Nations Fail’ se demuestra que ciertas revoluciones llegaron al poder bajo la promesa de un cambio para terminar creando un régimen extractor similar al anterior. Esto es debido a la naturaleza extractora de las instituciones que heredaron. Acemoglu y Robinson explican que las buenas instituciones son aquellas que crean obstáculos que impiden este tipo de comportamiento.

Aunque todo ello pueda parecer pesimista, no lo es. La pobreza no es el resultado de una mala situación geográfica, una pésima cultura o una herencia histórica deprimente. Es el resultado de nuestras acciones, de cómo los pueblos eligen organizar sus sociedades. Y eso significa que está en nuestras manos cambiarlas. Y, como afirma Acemoglu, “que lo podemos decidir participando en las instituciones”.

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